El baile

Los primeros bailes, allá en mi lejana juventud, eran en la casa de algùn conocido .Los famosos " asaltos " en donde nos juntàbamos todos .
Las gurisas hacìan alguna torta de chocolate, compraban medialunas o vainillas y la torta casera era de bizcochuelo y dulce de leche.
Nosotros llevàbamos algunos discos de moda por entonces , unas gaseosas Spur Cola Canada Dry , y - si se podìa- introducìamos subrepticiamente, algùn licor de Los Ocho Hermanos, alguna botella de anìs y hasta alguna botella de vino.No era demasiado habitual beber cerveza .
Alguno hasta se animaba a llevar alguna petaca de coñac Tres Plumas, aunque arriesgando que algùn padre atento , le birlara el beberaje en cuestiòn pues no era habitual por entonces beber mas allà de la cuenta, tomando en consideraciòn de que la reuniòn era siempre en casas de familia.

Las invitaciones a los cumpleaños de quince nos llegaban confeccionadas en cartulinas blancas con letras doradas.
Y poco màs tarde ya comenzàbamos a concurrir a los bailes de la secundaria en donde todo era un poco màs permisivo.
Pasaron algunos años, terminamos de estudiar , comenzàbamos a trabajar,nos casàbamos , formàbamos una familia , y allì comenzaba otra historia.
Comenzaron a llegar los hijos y luego , los cumple de los hijos, de los amiguitos de los hijos, de los hijos de los amigos.
Esos cumpleaños ruidosos, con gurises es llenando la casa, arruinando sillones, sillas, cortinas, el baño , ya que no se estilaba por entonces alquilar un salòn para tales menesteres.
Pocos años mas tarde , todo se volviò màs tranquilo en materia de celebraciones cumpleañeras ya que aparecieron los famosos salones de festejos .
No tan modernos como los de hoy dìa, pero nos permitìa alejarnos de nuestros hogares para tener la tranquilidad de que los pequeños demonios no romperìan nada y los abuelos - o mejor dicho , las abuelas- no tendrìan que lidiar con los platos sucios, la comida desparramada, los trozos de torta por el piso ....nada de eso .
El salòn se alquilaba de cinco a siete y media de la tarde y chau....A lo sumo se amontonaban un poco las sillas , se daba una barrida ligera y los dueños del salòn se encargaban de lo demàs.
Hasta que alguien inventó el alquiler de salòn con decoraciòn , luces, fotos, iluminaciòn, menù para cada ocasiòn, filmaciones, fotos....
Y entonces comenzamos a pagar cifras astronòmicas por un mìsero cumpleaños, una celebraciòn de matrimonio, un bautismo, una despedida de soltero, una despedida de año....
Todo pasò a engrosar la suma final , siempre pavorosa en el costo .
A mi esposa y a mì, nos invitaron a una celebraciòn de cuarenta años de casados.
Ràpidamente , señalè mi negativa absoluta en participar de tal acontecimiento , teniendo en cuenta el costo de la tarjeta y - sobre todo- la cuestiòn de la vestimenta.
A esta altura de nuestra existencia ( por lo menos de la mìa ) ya jubilados y còmodos en nuestro ropaje suelto, alpargatas, chancletas , sin ninguna obligaciòn de saco, o corbata y lejos de querer vestirnos de esa manera , nos resistimos (los jubilados) a volver a vestir de etiqueta.
Pero las mujeres mandan y no tuve màs remedio que aceptar el convite a la citada reuniòn.
A regañadientes , comencè a revolver el placard, y entre montañas de ropa de antigua data rescatè el traje que habìa usado en Corrientes ,cuando Chaya , mi hija menor se recibiò.
Y de eso habìan pasado unos cuantos años.
El olor a naftalina invadiò el cuarto , en tanto colocaba el traje sobre la cama y hurgaba entre la ropa tratando de encontrar aquella camisa negra, usada en la ocasiòn descripta anteriormente.
Pensè : "- Bueno , despuès de todo estàn los vejestorios que decidieron celebrar sus cuarenta años de amancebamiento, igual a nosotros. Vale decir : viejos, gordos, pelados hechos pelota, sordos , desdentados, canosos ...una pinturita "
Serìa , en definitiva como una suerte de la Fiesta de la Nostalgia.
En definitiva, habìa que ir bien empilchados , cuando ya habiamos perdido el hàbito del traje y la corbata, los zapatos lustrados y el cuello de la camisa apretàndonos el cuello como si fuera el nudo de la horca en la pelìcula "Lo bueno, lo malo y lo feo ..."
- No tengo idea de qué ropa ponerme - le dije a mi mujer.
- ¿Vos no tenés idea? -me contestó - ¿Y yo?, La última vez que me "sacaste" fue cuando vinieron Los del Cuarteto Imperial al Club Barrio Sur , allà en Villaguay...¿ Te acordàs?
Me hice olimpicamente el boludo e hice como que no habìa escuchado su impertinente comentario .
Como faltaban varios días para la fiesta de marras, nos empezamos a probar trajes, camisas, vestidos, blusas, pantalones, zapatos, cintos y corbatas. Todo nos quedaba estrecho y no permitía que se prendieran los botones. Lo que no nos ajustaba la panza, nos estrangulaba el cuello. Los zapatos nos comprimían los dedos.
Los tacos altos eran un suplicio para mi esposa.

Nos sentíamos como matambres dentro de la ropa que nos oprimía. Conjugábamos por primera vez el verbo ‘matambrear’: casi todo nos matambreaba alguna parte del cuerpo.
Finalmente fui i hasta el ropero y le dije a mi mujer:

- Vos vestite en el baño. Cuando yo esté listo te aviso y nos encontramos en el pasillo, para ver que tal quedamos.
Empecé por una camisa de seda, con un cuellito que estuvo de moda hace algún tiempo. ¿Cuánto hacia que no la usaba? Sólo me prendió un botón. El de más abajo, el que ponen al final, justo el que queda adentro del pantalón y nadie se entera si prendió o no. Como no había forma de abotonar los del medio pensé en algo que tapara esa desprolijidad.
Intentè otra cosa y me puse una remera de esas elastizadas, que al estirarse se bancan cualquier talle.

Me quedaba tan ajustada que me marcaba el ombligo con una redondez absoluta.
La voz nerviosa de mi esposa asomó por la puerta apenas abierta del baño .
- ¿Y si les decimos que se nos enfermó la nietita y los padres tenían que salir? - dijo mi mujer con un bramido, como haciendo fuerza para cerrar un cajón, un baúl... o un pantalón.
- ¡Noooo, le dijimos a José que íbamos a ir! - le dije.

Para taparme el monumento al ombligo, probé con la camisa negra . No me convenció demasiado, pero no tenía por ahora una salida más decorosa.
Luego intenté con el pantalón del traje. Sabía que sería el que demandaría el esfuerzo mayor. Subir, subió. Pero los ganchitos que lo tenían que cerrar ni siquiera se conocieron. Usé el cinto. Le hice un agujero extra, bien en la puntita. Ajusté todo lo que pude, y cerró!!! Intenté respirar hondo... y no pude, solo respiraciones cortitas, como jadeos.
Temì estar sufriendo un ataque cardìaco.

Luego comencé con los zapatos: agacharme para calzarlos fue titánico, no llegaba al piso ni de casualidad.
Comencé a putear bajito. Transpirando y cinchando, me calcé los zapatos de cuero acordonados que me puse por última vez cuando fuimos al estreno de El Golpe, en el cine Berisso .
Atar los cordones lo dejé para más adelante.
El asunto fue tomar nuevamente la vertical. Apoyé mis dos manos en la parte de atrás de la cintura y palanqueé para enderezarme. No fue fácil, pero lo logré. Solo tuve que acomodar nuevamente toda la ropa que me había puesto.

Desde el baño escuché a mi mujer que seguía haciendo fuerza, y se quejaba como nunca antes la había escuchado.
Me puse una corbata para disimular que el botón de arriba no prendía y con los zapatos sin atar salí caminando como pude. El saco del traje lo doblé prolijamente y lo llevé colgado del brazo.
Nos encontramos en la mitad del pasillo. Nos miramos. Mi mujer sollozó suavemente y solo atinó a apagar la luz del pasillo donde estábamos. No nos podíamos mover, caminar ni respirar.

Como todavía quedaban unos días la convencí para llevar a la modista la ropa que nos probamos. Habría que agregarle, cortarle, ponerle o sacarle (más ponerle que sacarle). La modista arregló vestidos y blusas, ensanchó trajes y pantalones. Buscamos una tienda en proveernos de lo faltante.
Cuando llegó el día de la celebraciòn éramos otra cosa, nos movíamos con cierta gracia, incluso ensayamos a hacer como que saludábamos al llegar. Después probamos una vez (una sola vez) a agacharnos e hicimos como que bailábamos para saber de antemano si algo de aquello se rompería, se despegaría, se desarmaría o se descosería en algún momento.
Quedamos bastante conformes, pero nuestras hijas nos cerraron con llave por fuera y nos prohibieron salir vestidos así. Nos amenazaron con no dejarnos ver nunca más a nuestros nietos.
¡Pero nuestra rebeldía efervescente y setentona no se rinde! ¡Saltamos por la ventana y contentos y rejuvenecidos nos fuimos al encuentro de los compañeros de una generación pujante y vital !
Y allà fuimos entre una neblina londinense provocada por nubes de brosa que el municipio disemina impiadosamente por las callecitas colonenses.
Tosiendo por la polvareda que invadìa nuestros pulmones, llegamos hasta el lugar.
Abrimos la puerta doble. José nos esperaba como si fuera una quinceañera. Lo abrazamos efusivamente y le dimos el regalo a la vez que en un segundo observamos a todos los invitados y pudimos ver que casi todos estaban matambreados.

El buffet froid estuvo estupendo, los mozos bandejeaban bocaditos, empanadas de copetín, brochetes de diversos gustos. Luego invitaron a los comensales para que se sirvan de unas mesas perimetrales adornadas con manteles hasta el piso.
Jamones crudos, pavita, perniles, quesos sabrosos, aceitunas gigantes, palmitos, mayonesas, tomatitos cherry con condimentos ...

Luego, cuando sirvieron desde unos fuentones con mechero los platos calientes que se comían de parado, comenzaron los problemas.
Raviolitos y ñoquis al verdeo.
Mollejitas fritadas con salsa cuatro quesos.
Choricitos de blanco de ave a la pomarola.

Todo bien servido a los 200 comensales que, apretaditos y de pie durante la recepción, sosteníamos un plato caliente con una mano, el tenedor con la otra, el vaso de whisky y saludábamos a un amigo y un leve pero persistente temblequeo de párkinson en todas las manos a la vez.
El desparramo de salsas fue inevitable. Al toque me mancharon el traje 3 veces, una con salsa roja, la otra con aroma a ajillo y otra con una crema espesa que asemejaba a una diarrea de bebè , chorreante y olorosa.
Nos sentaron en una mesa grande con otras personas.
- ¿Quién es el señor canoso que está al lado mío? - le pregunté en voz baja a mi mujer.
- Es Jorge Henderson, fueron compañeros de la secundaria .
- ¿Jorge ?... Hace diez minutos que estoy conversando con él y no me daba cuenta de dónde lo conocía. Está hecho pelota. No se mantiene como me mantengo yo.
Giré, le pasé el brazo por la espalda y tratando de disimular le dije:
- ¡ Jorgito viejo y peludo!...¡Estás igualito Jorgito!!
- Y vos estás hecho bolsa - me dijo y empezó a toser de tal manera que Juanita, su mujer, se tuvo que parar a atenderlo. (Yo aproveché para putearlo)
- Levantá los brazos, viejo. Tomate una cucharada de este jarabe por favor, tenés que cuidarte, a vos te faltan dos años para tu cumpleaños de 70 y te quiero organizar una fiestita.
Enfrente a nosotros, en la misma mesa, estaba Beto con su esposa que se había puesto toda la pintura que encontró en la casa. Beto se me acercó y en secreto me dijo:
- ¿Te acordás de Mónica? ¿Te acordás que estaba que mataba? ¿Te acordás que todos estábamos enamorados de ella en la facultad?
Algún gesto debo haber hecho porque mi mujer se avivó de que hablábamos de minas y me pisó sin querer con los tacos aguja.
- ¡¡Mirá para la pista! ¡¡Salió a bailar con el marido, mirala!!! - me dijo Beto, babeándose.
Giré la cabeza y solo conseguí ver a una señora mayor, entrada en años y mucho más en nalgas, que se movía con mucha gracia y poco esposo.
- No la veo - le dije - debe de estar bailando atrás de la vieja gorda culona...
La conversación en la mesa se fue poniendo linda… Todas las frases comenzaban con:
-¿Te acordás de...?
-¿Vos estabas el día que...?',
-El que no está bien es...,
-¿Sabés quien tuvo otro nieto...?,
-¿Viste quién se murió…?
Cuando alguien trataba de recordar quién fue el que hizo tal o cual cosa en los años 60, aparecían los
-¿Eeeehhhh ?
-¿Cómo era?...
- El petiso...¿Cómo se llamaba el petiso?...
Y las conversaciones fueron más o menos así…
- ¿Y ustedes ya tienen nietos? – preguntó un invitado al que se le movía la dentadura postiza.
- Si, una - le decía la mujer.
- ¿Dos nietas ya?
- No, una sola.
- ¿Dos varones? ¡Mirá vos!

- ¡¡UNA... UNA NIETAAAA!
- ¿Neneta? ! Qué lindo nombre ¡ Disculpá que no te escucho bien. Están poniendo la música muy alta.
A ese jovencito que está con el combinado deberían calmarlo un poco.
- Acá tengo una foto de mis nietitas - le dijo mi mujer a otro invitado.
- Ni te molestes - contestó - sin los lentes no veo una mierda.

La fiesta estaba bien buena, el disc jockey pasaba desde "Zapatos Rotos", "Yo en mi casa y ella en el bar", "La Lambada" hasta "La Felicidad".
De la pista me hacía señas un pelado que oficiaba de locomotora para que saliéramos a bailar con el trencito.

- ¡¡Vamos cheeee!! ¡Manga de aburridos!! ¡Cómo en los sesenta, negro! ¡Vengan, cheee!
Dos veces me tenté y dos veces me senté. Dos veces me paré y dos veces mi mujer me pegó un pellizcón en zonas de compromiso, me aplicó el plan taco aguja y me gritó en secreto al oído:
- ¡¡Esperá a los lentos, si bailamos esto se nos descose todo!! ¿Por qué no vas a charlar con Carlitos y Oscar? ...Ahí viene el mozo ¿Te pido algo?

- Sí, pedime un trago largo con Hepatalgina, Chofitol y un toque de Sertal batido con bastante hielo. Estoy repitiendo todo lo que comí. Ya vengo.
- Mi amor - me dijo mi mujer cuando me paré- llevá el celular por las dudas y llevá también este papel con el número de mesa anotadito que después te la pasas buscando por todo el salón.
Afuera aprovechamos para recordar a todas las minas que estaban buenas y nunca nos dieron pelota, todos los nabos a quien les quedamos debiendo una trompada y todos los campeonatos que nunca ganamos.

En la vereda de enfrente alcanzamos a ver que Beto hablaba con una señora, le mostraba la cédula y le preguntaba dónde quedaba el salón en el que estaba un rato antes festejando un aniversario de casados.
El baño estaba de lo más concurrido, flojos de vejiga y prostáticos agrandados nos encontrábamos a cada rato en los mingitorios. ! Eso sí que estaba divertido!!

Desde adentro, el tipo del parlante avisaba que había aparecido una señora llamada Raquelita y no encontraba la mesa y que estaba junto al tipo que pasaba la música. Que fueran a retirarla allí.
Fue una fiesta inolvidable, a las 11 nos tomaron la presión a todos y un enfermero atendía sin costo a los que se sofocaban bailando. El cardiólogo hacia bajar la presión de los más graves con pastillas sublinguales. Por suerte el aparato para electrocardiogramas no se usò. Para tranquilidad de todos avisaron que una ambulancia hacia guardia pasiva en la puerta del salón.
Junto con los suvenir, en un detalle realmente novedoso, (José es un detallista) a los que queríamos seguir tomando cerveza nos iba entregando pañales descartables.
¡ Formidable invento esto de las celebraciones de anivesariio de casados ¡
¡Y que se pongan de moda justo ahora, que todavía estamos hechos unos potros!
Y encima, celebramos que el gobierno nos " haiga" pagado cinco lucas a los que cobramos la mìnima
El Fabuloso Mundo del Jubilado tiene estas cosas .

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